domingo, 13 de julio de 2025

La pose, secretos de una modelo vivo - De Vanesa Castañón y dirección de Renata Moreno en Fundación Cazadores

Es un biodrama. Y, como todo biodrama bien concebido, es una singularidad irrepetible. Lo que Vanesa trae al escenario no es simplemente su historia: es un universo. Uno atravesado por la noche, el arte, el deseo, la obsesión y, como suele suceder cuando una mujer toma la escena, por la mirada de una sociedad patriarcal que condiciona, margina y, con suerte, aplaude… a destiempo. Su vida de musa, de cuerpo ofrecido a la mirada ajena, de trabajadora del arte se transforma aquí en relato. En retrato. En performance viva. En historia contada en primera persona por quien siempre fue disparador de otros. La changa que se convirtió en oficio, el oficio que se volvió obsesión, la obsesión que fue muchas obras y que finalmente devino en la suya, su obra. El oficio de modelo vivo está lleno de paradojas: se trata de entregarse al ojo del otro, de sostener una imagen sin palabras, de ser parte esencial del proceso creativo de artistas que muchas veces omiten siquiera el nombre de quien fue cuerpo, sostén y tiempo. Vanesa se corre de ese lugar periférico y se coloca en el centro, con todo lo que eso implica. Se muestra, se narra, se posa. Pero también actúa, no actúa, se contradice. ¿Actúa o simplemente es? ¿Dónde empieza la pose y dónde termina el personaje? La puesta en escena propone un marco sobrio y eficaz: un cuadro vivo, donde Vanesa pinta con su cuerpo el relato de su vida. La música en vivo, interpretada desde un clarinete que dialoga con cada gesto, con cada transición, ofrece un marco sonoro que eleva el relato y lo convierte en experiencia sensorial. Hay algo muy potente en cómo se nos invita a dibujarla en escena. Un gesto tan simple como generoso: el público se convierte en artista, en retratista, en observador activo. Vanesa posa, pero también habla, reflexiona, interpela. Es una inversión total del rol tradicional: quien siempre fue musa ahora enseña. Quien se entregó a ser mirada, ahora devuelve la mirada. Y en esa inversión, se produce una experiencia muy enriquecedora para ambos lados. La colección de dibujos que se van acumulando al costado de la escena y en la antesala no son solo ejercicios estéticos. Son archivos del intento, constancia del vínculo efímero entre la mirada y el cuerpo. Reflejo de esa búsqueda imposible de capturar lo que vibra. La dirección de Renata es precisa, contenida, inteligente. Se nota que hay escucha, que hay confianza, que hay un dejar-ser que permite desplegar su mundo sin necesidad de subrayarlo. La dosis justa de humor (ácido, callejero, vivaz) parece venir con ella, como parte de su historia, como parte de la coraza con la que atravesó los años. No es fácil hablar del paso del tiempo. Y menos desde el cuerpo. Pero ella lo hace sin victimismos. Con ternura, con crudeza, con belleza. ¿Cómo envejece un cuerpo que fue imagen? ¿Qué ocurre cuando el tiempo se vuelve más visible que la forma? La Pose es una pieza donde se traza un límite tenue entre la experiencia personal y la denuncia estructural. Porque no es solo Vanesa la que se cuenta, son todas las mujeres invisibilizadas en los márgenes del arte. Las que sostienen, las que inspiran, las que están y no figuran. Porque pone en valor un oficio no reconocido. Porque rescata el derecho a narrarse, a decidir cómo mostrarse. Tuve la oportunidad de hablar con Vanesa luego de la función. Y fue como una segunda función: una extensión vital de lo que acabábamos de ver. Su personaje en vida, su firmeza, su despojo... son una confirmación de todo lo que la obra deja flotando: que detrás de la pose, hay una vida. Y que esa vida con sus batallas, sus contradicciones, su deseo intacto también merece ser retratada.

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