lunes, 7 de julio de 2025
La Perichona (como ustedes me llaman) - De Raúl Ríos En el Teatro del Pueblo
La Perichona es una obra con una originalidad muy particular: se trata de una pieza de época, pero con licencias de actualidad que no solo se permiten, sino que se celebran. Esa mezcla entre lo histórico y lo contemporáneo no es gratuita: está inteligentemente tejida al servicio de una denuncia que, lamentablemente, sigue tan vigente como en el siglo 19.
Basada en hechos reales y personajes conocidos de la historia Argentina, la obra nos presenta un recorte potente sobre la figura de Ann Perichon, mujer singular, excéntrica, libre, y por lo tanto incómoda para la sociedad patriarcal que la rodeaba y la actual. Su deseo, su poder, su carácter y su autonomía desbordan los límites, y es ahí donde el texto (y la puesta) plantan bandera.
El lenguaje escénico que construyen es tan eficaz como delicioso: zigzaguea entre un pseudofrancés/español trabajado con precisión filosa y una jerga actual, ordinaria y reconocible. Esa tensión idiomática genera un código de humor propio y encuentra complicidades con el público. Las actuaciones, por su parte, están finamente calibradas: sostienen una interpretación dramática que coquetea con la farsa, sin nunca caer en el exceso ni perder coherencia. Cada actriz encuentra el tono justo entre lo refinado y lo grotesco.
El humor de la obra es ácido, sexual, oscuro, pero inteligentemente dosificado desde una aristocracia absurda y autoparódica. “Un mélange n’importe quoi”, pero con una lógica interna impecable. No hay gag porque sí, ni provocación sin sentido: el grotesco está al servicio del mensaje, y el mensaje está claro.
Otro de los hallazgos es el uso del músico en vivo, que no solo acompaña la escena sino que forma parte de ella con sutileza y presencia justa. Su participación genera atmósferas, sostiene el ritmo y aporta un subtexto que enriquece el entramado general de la puesta.
Los vestuarios merecen mención especial. Elegantes, exagerados, expresivos, no solo contextualizan históricamente, sino que también dialogan con la denuncia: hay una incomodidad de clase, un exceso de tela y forma que termina por decir más que muchas palabras. Son, en sí mismos, un gesto político.
La Perichona es una obra de fuerte contenido, disfrazada de comedia elegante. Y es justamente ese disfraz el que le permite ir hasta el hueso sin solemnidad. Con una plástica teatral simple y llamativa, una dirección lúdica y punzante, y un elenco comprometido, esta obra logra hacer reír mientras denuncia. Y en esa mezcla incómoda, inteligente y provocadora está su estructura.
Una fotografía escénica brillante que nos recuerda que la historia no ha pasado del todo… y que las mujeres, cuando brillan por fuera del molde, aún incomodan.
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