miércoles, 21 de mayo de 2025
Acá Va de y con Lucia Cuesta, en La Carpinteria
Hay obras que no se ven se atraviesan. Y la propuesta de Lucía que es una pieza tan cruda como poética, tan íntima como posiblemente incómoda para algunos, pertenece, sin duda, a esa categoría. La vi hace un tiempo en La Carpintería, la obra se revela como una experiencia de alto voltaje expresivo, donde el cuerpo, el deseo y los sonidos se vuelven materia de un ritual. Desde el inicio, el dispositivo escénico atípico: el público, lejos de ocupar la distancia segura de la silla/butaca tradicional, comparte escenario con la intérprete, inmerso en una espacialidad que no demanda participación activa pero sí una atención física, sensorial, casi de vigilancia con los demás y alerta constante para no entorpecer. Esta cercanía no es casual: es parte fundamental de la propuesta, que invita a vivir la obra desde adentro, como quien entra en una habitación donde alguien está por decir algo que solo puede decirse con todo el cuerpo. La interpretación es de una fuerza singular. Sostiene una tensión dramática precisa, punzante, que no decae en ningún momento, y que se despliega con una versatilidad notable: la actriz transita estados de erotismo, fragilidad, violencia, goce y exposición sin resguardos, con una entrega escénica total. El trabajo actoral no se contenta con comunicar; busca provocar y desequilibrar. Estamos, quizás, frente a una catarsis. Una revelación íntima de una sexualidad desbordada, del goce y el erotismo errático, sin contornos fijos, puestos a merced de ser vivencia escénica. No se trata de una obra que proponga una temática para el debate post-función; más bien, se construye como una ofrenda estética y al que no le gusta que se joda, un testimonio escénico que no busca ser explicado ni digerido. Y, tal vez, ahí radique su urgencia. Porque urgente es la palabra que mejor la define: no por lo coyuntural, sino por lo visceral. La pieza no parece nacer del cálculo ni del deseo de agradar, sino de una necesidad inminente de decir, de mostrar, de transitar. En ese gesto, la obra asume el riesgo de lo irrepetible, de lo que puede salir bien o mal, pero que debe ser hecho de todos modos. Es una pieza que incomoda por momentos, que emociona en otros, y que deja huella. Y eso, hoy, es necesario. Ojalá más escenarios se abran a propuestas como esta y por sobre todo ojalá más artistas se animen a sostenerse con esta honestidad feroz.
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