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foto de Maca Denoia, Aérea Teatro 2024 |
EGO (estoy gritando obstinado) dirige Guido Vaccarezza
Escribir sobre una obra que uno mismo escribió y dirigió tiene algo de
trampa, algo de terapia y algo de torpeza. Porque no hay distancia. Porque lo
que se ve en escena los textos, las decisiones, los excesos y las carencias son
también reflejo de lo que una parte de mí no supo decir de otra forma. Pero a
la vez, hay algo en esa exposición que me obliga a no disfrazar lo que
veo. EGO es un
trabajo que habla sobre mí, sobre lo que fuí, sobre como veo al resto y por
sobre todo habla de sí misma y mientras sucede, y tal vez por eso escribir
sobre esto no puede ser otra cosa que continuar el bucle del cual la escena se
nutre.
La obra propone una constante construcción mental. No busca ser clara ni cerrada,
aunque definitivamente lo es y esta. Al contrario: invita, con cierta crueldad,
a perderse desde un principio, hasta entender las razones de quienes actúan.
Los textos son puntuales y redundantes, a veces deliberadamente laberínticos y
repetitivos, como si el lenguaje fuera una prueba más dentro del dispositivo.
Se articulan con la trama, pero también se disparan hacia el delirio, la duda,
la contradicción apoyándose no solo en las palabras y filosofía sino en los
tonos y gestos. Y eso, si bien puede resultar confuso, no está puesto al azar.
Hay una crítica directa, punzante, al ámbito creativo: el teatro, el circo, la escena en general desde donde yo la conozco o la vivencio es como un campo de batalla emocional y ególatra. Las contradicciones del artista, las carencias de quien escribe, la soberbia como mecanismo de defensa... todo eso está en juego, sin filtros o con muy pocos, sin piedad. EGO no se interesa por quedar bien. Se interesa por mostrar lo que a veces duele admitir. No creo haber logrado semejante trabajo que realmente trabaje lo que acabo de escribir, pero no dudo que este encaminado hacia ese ideal.
Las interpretaciones de Blas y Facu son potentes, generosas, incómodas
incluso para ellos mismos. Hay momentos en que parece que pueden más que lo que
el texto les permite o viceversa, y ese desborde es parte de lo que hace a la
obra una constante en sí misma, es una razón más para jugar con el “nunca vamos
a terminar de jugar con nuestro ego”. Hay imágenes fuertes, cuidadosamente
construidas por más desprolijas que se vean, que interpelan desde lo visual y
lo físico. Momentos donde no hace falta entender para sentirse sorprendido de
hasta donde se llegó con una simple obra de circo. No sé si EGO es circo, teatro, danza, o un
poco de todo. Sé que se permite esa ambigüedad y con ella jugamos, porque si no
juego con todo no sería malabarista.
La escenografía es austera, casi
despojada, pero no por azar: dialoga con lo que pasa, aunque parezca que no. Hay
una necesidad intrínseca en el proyecto que es que no tengamos un limitante
económico para crear y decir, acá estamos haciendo con o sin todas las facilidades
y dificultades que hay. Se que no es el fuerte de la obra, pero también se que
no es el mío.
Algunas resoluciones dramatúrgicas me
enorgullecen por su ingenio, otras me siguen generando preguntas y desafíos.
Hay textos que podrían ir más lejos en lo que hay para decir, y tal vez no lo
hicimos por miedo o por estrategia. No lo sé. Lo que sí sé es que EGO no busca gustar. No nació desde ahí,
busca dejar algo latiendo. Y si eso sucede, si alguien se va del teatro con
algo que no puede nombrar, entonces quizás el trabajo, a pesar de sus falencias,
está vivo.
Y eso, le hace muy bien a mi ego.
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