viernes, 23 de mayo de 2025

No hay banda - de y con Martín Flores Cárdenas, en Casa Teatro

Hay obras que no buscan deslumbrar, sino afinar la percepción. Que no gritan, pero vibran. La propuesta de Tato (que dirige e interpreta en la intimidad de su propio teatro) se presenta como una verdadera oda a la simplicidad, una cátedra en el arte de hacer mucho con muy poco, y de confiar en que el silencio, la pausa y la mirada también pueden ser formas de decir. Desde el primer momento, la obra desarma las expectativas. No se esfuerza por mostrar ni por probar nada. Al contrario: lo que asombra es la liviandad con la que transcurre, la aparente ausencia de esfuerzo, como si todo sucediera porque sí. Pero ahí está el truco: bajo esa naturalidad despojada, hay un trabajo minucioso, quirúrgico, que logra sostener la ilusión de que “nada está pasando” mientras todo está ocurriendo, incluso en el plano emocional. El humor que se despliega es sutil, filoso, casi invisible. Un relato dicho/actuado que no necesita grandes golpes para instalar una picardía que funciona en la complicidad con quien escucha. La escenografía es austera hasta el límite, pero no por falta, sino por elección estética. Se siente que cada elemento está ahí para no estorbar, para dejar que el texto por sobre todo y un poco también el cuerpo respire al unísono del espectador. Podría decirse que la obra nace de un snobismo elegante, inapelable, pero no por superficialidad sino por conciencia de estilo. No hay ningún gesto gratuito. Parece dominar a la perfección las reglas de un lenguaje escénico que se niega a ser grandilocuente y, por eso mismo, llega al hueso. En el corazón de esta propuesta hay algo que toca, sin avisar, la ulcera de quien observa. Porque cuando ya no se espera nada, la obra lo da todo, pero eso sí, sin levantar la voz, sin mover un musculo demás Ahora bien, es también una experiencia pensada para la cercanía. El hecho de jugar “de local” en su propio espacio no es menor: la obra parece estar diseñada para un público reducido, casi artesanal. No es fácil imaginar cómo funcionaría en un escenario de mayor escala, con mayor distancia o con espectadores menos atentos a las sutilezas. Esa incógnita no es una crítica, sino una inquietud que me nace conociendo carácter íntimo y específico de la propuesta y su recorrido internacional. Al salir, uno tiene la sensación de haber presenciado algo nuevo y, a la vez, absolutamente simple y cotidiano. Una especie de “después” que no se impone, sino que se desliza. Y quizás ahí, en ese gesto mínimo, esté la verdadera revolución.

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