domingo, 18 de mayo de 2025
Ojos Látigo - De Leticia Coronel, en Teatro El Extranjero
Presenciar Ojos Látigo no es simplemente asistir a una obra de teatro. Es, ante todo, ser testigo de un homenaje sensible, cuidadoso, físico y emocionalmente comprometido. Desde los primeros minutos se percibe una entrega total por parte del elenco, que habita la escena con una intensidad corporal que busca no dar respiro. La propuesta encuentra en los cuerpos su herramienta principal: ahí donde hay un banquito, una esquina, una canción de fondo, aparece también una evocación del tiempo y de los gestos que alguna vez fueron cotidianos.
La obra no busca construir una ficción sino más bien sostener un ritual afectivo. Y es ahí donde el/la espectador/a debe ajustar el lente: no se trata de evaluar Ojos Látigo como una pieza teatral convencional, se trata de entrar en sintonía con su carácter conmemorativo, con su lógica de tributo tribal. Este cambio de perspectiva no es menor. Sin él, puede perderse de vista la potencia del gesto y la complejidad del trabajo que implica sostener un homenaje con el cuerpo, con la respiración, con la memoria activa.
El dispositivo escénico, si bien simple, funciona como una plataforma para el despliegue físico de los intérpretes, cuyo trabajo arduo, sostenido y por momentos cíclicamente redundante es el gran motor de esta propuesta. Hay una dirección atenta, que guía el ritmo sin imponerlo, y que apuesta por el riesgo de sostener lo no dicho, lo que se recuerda más que lo que se representa.
Ahora bien, el anclaje afectivo de la obra está en una nostalgia específica, la de una época marcada por ciertos íconos musicales y estéticos. Esto puede volverse un límite en términos generacionales. Himnos, referencias, canciones, síntomas sociales: todo parece estar dirigido a una franja específica. Esto no resta mérito, pero sí es importante señalarlo para entender desde qué lugar interpela y a quiénes convoca.
En los intérpretes hay un sinfín de recursos que se agradecen y celebran, pero no voy a dejar de señalar que por momentos los textos se alejan de la imagen tan bien lograda del pibe de barrio que siente, que extraña, que llora.
Ojos Látigo entonces es una experiencia para ser vivida más que explicada. Y en ese vivir, si se logra el cambio de chip homenaje-obra hay momentos de verdadera belleza.
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