lunes, 2 de junio de 2025
Ruin de Agustín Soler en El Galpón de Guevara
Ruin es una obra de acabado particular, con una puesta visualmente bella que permite que su código corporal se despliegue con plenitud. Lo que no se dice con palabras se aclara desde la iluminación, desde el gesto, desde la escena. La luz y sus juegos están milimétricamente ajustados a la narración, reforzando la atmósfera poética y nostálgica que atraviesa toda la propuesta.
La obra es, en esencia, un viaje tierno, cargado de melancolía, con momentos que conmueven por su simpleza y su humanidad. Los personajes están trabajados con una precisión sutil, diseñados para habitar este recorte de tiempo como si fueran fotografías vivas: imágenes risueñas, amables, sin perder nunca la tristeza ni el heroísmo que implica soltar.
Sin embargo, la obra no termina de ubicarse claramente dentro del circuito del teatro para adultos, pero tampoco se define como teatro para niñeces. Este híbrido, al menos desde mi experiencia, diluye por momentos la atmósfera nostálgica en favor de una búsqueda de humor que me parece un tanto predecible. Esto no anula la efectividad del código, pero sí genera un desbalance emocional que quizás le quita fuerza a la profundidad del tono que propone.
En lo corporal, el trabajo es muy fino en los tres cuerpos: cada gesto está observado con lupa y bien administrado, dejando en evidencia la enorme información que el cuerpo puede ofrecer en cada relato. El simbolismo visual y la construcción fotográfica de cada escena mantienen a la obra siempre bien enmarcada, sostenida, sin escaparse de lo que tiene para decir.
En lo personal, siento que el acabado final se puede centrar e ir aún más en la tristeza, en la nostalgia, en esa zona tan humana donde hay que soltar un recuerdo, un anhelo o una experiencia.
Porque ahí, siento, se acentuaría donde la obra más se luce.
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