lunes, 21 de julio de 2025

Palabras encadenadas - de Guillermo Ghio, en Ítaca Complejo Teatral

Palabras encadenadas tiene una atracción particular. Hay algo en su oscuridad que no sólo intriga, sino que magnetiza. Como si lo extremo del relato -salvando las distancias- nos resultara, en algún lugar silencioso de nuestra humanidad, inquietantemente familiar. Como si, en mayor o menor medida, habitara en todos y cada uno de nosotros. Y si aceptamos ese punto de partida (que hay violencia latente y pulsión tóxica compartida) entonces se vuelve todavía más interesante asistir a la manera en que la obra expone, desnuda y refleja ese lado menos dicho de nuestra emocionalidad social y personal. Reconocer cómo, sin darnos cuenta, podemos ser permeables a relaciones donde el poder, el miedo, el deseo y la manipulación se entrelazan como parte de un mismo juego. El trabajo actoral es excepcional. Ambos intérpretes logran construir personajes complejos y perturbadores, que oscilan entre la frustración, el miedo, la necesidad de control, la humillación y una tensión erótica tan densa como incómoda. Verlos es perturbador y eso es lo bueno. Hay algo en su entrega, en cómo se permiten encarnar sin filtros ni tantas concesiones, que resulta tan motivante como cautivante. La violencia psicológica que se juega entre ellos está llevada a un nivel teatralmente exquisito e inquietantemente verosímil. Se mueven como piezas de ajedrez dentro de una coreografía mental de sumisión, chantaje emocional y retórica afilada. La dirección sabe usar sus cuerpos, sus tonos, sus silencios. Palabras encadenadas es un juego. Y como todo juego, puede ser inocente... o convertirse en un campo de batalla. Acá se vuelve guerra: un dispositivo cruel que encierra a los personajes en una lógica sin salida, donde lo lúdico se vuelve método de tortura, y lo que parece una conversación es en realidad una guerra discursiva. Una batalla por la versión de los hechos, por el sentido, por la identidad misma. La puesta es acertada. Nos encierra con ellos. Nos vuelve cómplices involuntarios del encierro físico y psicológico. Nos mete en una habitación donde no hay certezas, y en la que las grietas de la mente se abren sin anestesia. Todo está planteado con precisión: desde la escenografía hasta la dosificación de información, que es uno de los grandes logros de la obra. Se revela poco a poco, con exactitud, jugando con nuestras interpretaciones, generando teorías que se derrumban a medida que vamos avanzando. Con el correr de los minutos y sus múltiples giros argumentales, vamos hilando ideas, intuyendo verdades, descubriendo capas. Entendemos sin mucha guía que nadie puede escapar a las repercusiones de sus actos. Que incluso el amor, cuando nace o se deforma dentro de un núcleo sano, puede volverse siniestro. O que un entorno tóxico puede volver perverso incluso al más inocente. La obra, como la vida, se construye a partir de estrategias: a veces de supervivencia, otras de manipulación. Y muchas veces, sin darnos cuenta, combinamos ambas. Me resultó particularmente interesante cómo se desarrolla el proceso mental de ambos personajes. Cómo se acepta, se niega y se redescubre la historia según convenga, o según duela menos. La temporalidad, siempre inestable, y el modo en que se dosifica la verdad, nos deja sin lugar seguro: ¿Qué pasó realmente? ¿Qué es cierto y qué es un delirio? ¿A quién hay que creerle? En lo personal, no vi venir el final. Y no sé si eso me agrada o me asusta. Tal vez ambas. Y eso también es parte del efecto que la obra debe dejarnos. Las buenas ficciones se atreven a rozar lo monstruoso de lo humano. "Palabras encadenadas" no es una obra para todo público. Pero debería poder serlo, si no habitáramos en una sociedad tan enferma de violencias normalizadas. Justamente porque incomoda, porque desnuda lo que se suele tapar, es una obra de contenido convencionalmente cinematográfico. Una experiencia teatral que no es tan común.

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