miércoles, 27 de agosto de 2025
La madonnita - de Mauricio Kartun, interpretada por Natalia Pascale, Dario Serentes y Fito Perez, dirigida por Malena Miramontes Boim, en el Complejo Itaca Teatral
La obra me puso en una situación interesante para sentarme a escribir sobre ella.
Podría detenerme en la complejidad técnica del texto, en su construcción minuciosa, en la búsqueda dramatúrgica; también en las interpretaciones colosales de quienes actúan o en la exquisitez de la dirección que logra sostener este nivel. Sin embargo, prefiero centrarme en lo que me sucedió como espectador: una disociación respecto de la historia en sí misma, provocada justamente por la potencia de las actuaciones y el marco que la dirección opta por evidenciar.
Me pregunto ¿cómo naturalizamos este trato hacia alguien? ¿Cómo naturalizamos el rol de la mujer? ¿Cómo es posible que, aun en desacuerdo, sigamos teniendo enquistadas esas conductas en lo más profundo de lo cotidiano? Porque lo que me deja la obra no es señalar simplemente la misoginia, lo despreciable de un comportamiento fálico, proxeneta, mercantilizador del cuerpo ajeno. Lo que me deja es la pregunta de por qué seguimos tan cerca de estos personajes tan despreciables, por qué lo humano masculino insiste en esconder su hipocresía, sus carencias más básicas, su ausencia de sensibilidad detrás de apariencias que siguen siendo galardones.
Y todavía más incómodo ¿cómo es que, dentro de este mundo representado con tanto detalle, todavía encontramos un humor que perdura? Cambian las épocas, cambian los métodos de dominación, pero el humor sigue ahí, sostenido en lo mismo.
La puesta es un cuadro constante: lujo de detalles, un fino juego retórico acompañado de una gestualidad cliché al servicio del funcionamiento de la obra. Todo ello construye un entretenimiento alucinante, con un subtexto educativo que se convierte en espejo: de nosotros, de nuestra sociedad tan antigua como actual. Porque más allá de que hoy a diferencia de los años 30 la fotografía sea digital y la virtualidad de este tiempo ya existente haya tomado el lugar de algunas pasiones, lo más vil del varón permanece intacto.
Y acá quiero detenerme en algo que considero fundamental. Más allá de celebrar las actuaciones, la puesta y la obra en sí misma, creo que el teatro o más bien el arte en general tiene una responsabilidad política, y más en estos tiempos. Por eso agradezco profundamente una obra que no se limita a entretener, sino que me obliga a irme pensando en qué pensarán los demás sobre lo que acabamos de presenciar.
Esta obra evidencia lo que somos y lo que todavía no nos animamos a dejar de ser.
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