"Othelo", escrita por Shakespeare en 1603, es una tragedia que desnuda los mecanismos del poder íntimo: el veneno de la manipulación, la violencia de la sospecha, la construcción del “otro” y la destrucción que producen los celos cuando se vuelven política emocional. En esta versión, Chamé Buendía retoma esos núcleos dramáticos y los reescribe desde un dispositivo que parecería improbable para este texto: el clown. Lo sorprendente es que no sólo funciona, sino que abre una lectura ferozmente contemporánea, casi inevitablemente argentina, sobre cómo se fabrican las mentiras, cómo se sostienen, y cómo opera la violencia cuando se vuelve espectáculo social.
Lo que podría haber sido una adaptación solemne o respetuosa en exceso se convierte acá en una puesta vital, política y peligrosamente divertida. El lenguaje del clown no reduce la tragedia: la exacerba, la expone y la vuelve más digerible y cercana, porque la risa se transforma en un bisturí que revela la crueldad estructural del relato. No nos aleja del conflicto, quizás no invita a la reflexión clásica de la tragedia, pero sí a una visibilización: la manipulación, el prejuicio racial, la violencia machista y la fabricación del enemigo siguen siendo materia caliente de nuestro presente.
La dirección lo sabe y juega a fondo: no disimula su postura, no acomoda, quizá endulza, pero no aliviana la carga política del texto. La obra corre con un ritmo vertiginoso entre humor físico, destreza, magia, textos reinventados y coreografías que sostienen la atención del espectador durante casi 2 horas de función. Cada intérprete se adueña de su o sus personaje con claridad y entusiasmo, haciendo que la extensa trama pase sin pesadez. El elenco sostiene la estructura con mucha organicidad, timing y una entrega física total. Los gags se reutilizan con inteligencia, sin repetirse hasta el agotamiento, como si cada chiste entrara al servicio de un engranaje mayor: el derrumbe emocional de Othelo.
Llamativa también la elección escenográfica, austera, casi desnuda, en contraste con la magnitud del teatro y de la pieza a adaptar. Esa simpleza es una decisión fuerte: le da protagonismo al cuerpo, a la palabra y a un ritmo interno que construye la escena sin necesidad de artificios.
"Othelo" se refleja peligrosamente con el presente: habla de violencia de género, de manipulación mediática, de prejuicio racial, de cómo se instala la sospecha en un sistema que celebra el rumor. Es una maestría rítmica, coreográfica y política, sostenida por intérpretes que encarnan un clásico apropiándoselo mientras actualizan y se agiornan a la coyuntura que envuelve el teatro. Es un despliegue puntualísimo, con explotación creativa de recursos muy variados para abordar una tragedia desde un entretenimiento que no renuncia a decir algo. Cada intérprete con su particularidad acentúa la profundidad o liviandad y desarrolla un universo propio con muchísimo autoconocimiento y precisión.
Y eso, en un país donde la violencia íntima y social convive con la espectacularización constante es valioso. Transformar el entretenimiento en contenido crítico es un gesto que no abunda. Chamé y su elenco hacen de Shakespeare un despilfarro para todo público.
