"Pampa Jungle" es una propuesta curiosa en muchos sentidos, y en esa singularidad encuentra, precisamente, su potencia. La obra se despliega sobre un punto de partida tan absurdo como llamativo: la búsqueda de la última vaca viva del planeta Tierra.
Ese gesto mitológico, casi ritual, funciona como la puerta de entrada a un mundo distópico que, aunque exagerado, resuena cerca de las tensiones de nuestro presente.
En este futuro devastado por nosotros mismos, conviven con lo que ya reconocemos en nuestro devenir social:
Una explotación laboral extendida y naturalizada, la concentración obscena de privilegios, tecnologías que bordean lo humano, deudas económicas que determinan identidades y destinos, desigualdad de clase, racismo, misoginia y una corrupción del poder que ya ni siquiera intenta ocultarse.
Todo esto aparece filtrado por un código delirante que hace de la risa un mecanismo en sí mismo, un lente que deforma pero no distorsiona. Lo ridículo como punta de flecha.
La obra se sostiene en un entramado donde las historias se cruzan, se atropellan bien orquestadas. Esa multiplicidad de personajes apareciendo de manera casi incesante construye una especie de futurología pampeana, un bestiario social en clave grotesca que se permite mezclar rimas bilingües, ritmos cambiantes y escenas que bordean lo bizarro como arma. Ese artificio lúdico es la vía que elige la obra para introducir la reflexión, desplazando la crítica hacia el humor y la exageración caricaturesca.
Hay en "Pampa Jungle" una denuncia sobre la Argentina del mañana, donde la carne en su ausencia funciona como metáfora de lo perdido y, a la vez, de lo que nos constituye culturalmente. Hay en su final una invitación a atender más que el trozo de animal que mastican (quienes lo mastican) a con quienes decidimos sentarnos a comer.
El futuro que imagina la obra es desolador, sí, pero también reconocible: opera como una advertencia clara.
Las actuaciones se destacan por su versatilidad y un registro que oscila entre lo discursivo, lo interpretativo y lo ridículo. Cada intérprete abraza la estética futurista propuesta, haciendo pie en ese equilibrio entre la densidad de lo dicho y la liviandad del humor. Este movimiento es el que permite que el espectáculo nunca caiga en la repetición: la búsqueda mantiene su motor encendido.
En el fondo, "Pampa Jungle" contiene pequeñas máximas sobre nuestros comportamientos sociales. Lo que vemos no es simplemente un futuro ridículamente posible, sino un devenir deformado que insiste en recordarnos que el delirio no está tan lejos: estamos, quizá, ya en él.
