Ruedos de un payaso - De Agustín Soler y dirección Gaby Paez, en Café Artigas

"Ruedos de un payaso" es una maestría rítmica, una invitación constante a entrar en la intimidad delirantemente sensible de un payaso que ya no puede, ni quiere, dejar de hacerlo todo. Agus convierte cada segundo en una combustión, un estallido microscópico donde lo mínimo se convierte en universo y lo cotidiano se vuelve extraordinario. Es un sinfín de recursos, un modo obsesivo de transformar algo en nada o nada en algo, como si cada gesto fuera una chispa capaz de encender un mundo entero. Hay un territorio explorado y accesible en Cenizas, el personaje, donde cada instante es un destino y el recorrido hacia él es tan valioso como su llegada. Agustín es, en sí mismo, una masterclass: timing quirúrgico, grandilocuencia silenciosa, una empatía que alcanza para abrazar a un planeta roto. Su presencia en escena tiene la contundencia de lo simple y la profundidad de lo difícil, esa paradoja que sólo grandes intérpretes pueden sostener con naturalidad. "Ruedos" es una obligación de vivir el presente, una oportunidad de habitar el intervalo exacto entre luces y sombras, entre el chiste y la melancolía. Acompañamos un desparpajo de acciones envuelto en música en vivo que construye y destruye un universo efímero con la suavidad de quien sostiene la mano de un espectador sin avisarle que está a punto de emocionarse. Hay, además, un puente constante con el público. Cenizas teje cercanía, dirige orquestas de aplausos, carcajadas y silencios; se aproxima con una armonía que iguala a niños y adultos, sin subestimar a nadie, sin elevarse sobre nadie. La complicidad que genera es su principal herramienta escénica, la confianza mutua para sostener el absurdo. Es sorprendente que durante una hora veamos tanto, que con tan pocas palabras descifrables todo sea tan claro, directo, emocionalmente nítido. Una velocidad que avanza lenta, una lentitud que avanza vertiginosa el tempo interno como obra de arte. Las imágenes están esculpidas con precisión, los gags clásicos de carpa, de salón, de memoria corporal universal reaparecen con frescura. Este payaso/mimo convierte lo simple en algo complejísimo, centra la atención en lo mínimo para decir lo máximo. El cuerpo descompone y recompone su propia materia escénica, una gramática física que como público sólo podemos recibir, agradecer y admirar. Lo que sucede es irrepetible pero no improvisado, hay un mecanismo cuidado, orgánico, preciso como una maquinaria invisible. Basta un músico en escena, presente no sólo por su música sino por su escucha activa, y un payaso. Con eso hacen un ruedo: pintan, transitan, invitan a recorrer diversas razones para reír, recordar y sentir. Es un clásico, es actual y es futuro. Un espectáculo que demuestra que cuando el oficio se trabaja con amor y disciplina, la repercusión llega sola. "Ruedos de un payaso" sostiene doce años de funciones y, a esta altura, también sostiene un legado.