Villa - Adaptación y dirección de Adriana Roffi (de Guillermo Calderón), en Timbre 4

Un bucle ibseniano nos sumerge en tres perspectivas de un mismo hecho. Tres modos de razonar, tres maneras de recordar, tres cuerpos intentando resolver una herida que no cierra. La pregunta es tan simple como imposible: ¿qué hacer con el dolor? ¿Cómo se enseña a interesarse por los hechos? ¿Cómo se recuerda la violencia estatal? ¿Cómo se conmemora la desaparición y la tortura sin convertirlas en un ritual vacío? El paseo por la mente de Alejandra es terrible, lúcido y, a la vez, desalmadamente normal. Villa es una obra del presente, escrita desde el hoy y pensando en el futuro, pero con la memoria como suelo ineludible. Es, también, una invitación a preguntarnos cómo seguimos pensando lo que creemos ya pensado. Las actuaciones sostienen el juego dialéctico con una organicidad asombrosa, permitiendo que las posturas se transformen a la vista, que las certezas se contradigan, que las emociones se filtren entre los argumentos. La discusión central ¿qué hacer con un ex centro de detención clandestino? funciona como detonante de un conflicto ético, político y afectivo que excede el marco histórico: es la tensión entre hacer y recordar, entre conservar y sanar, entre justicia y deseo. El texto, de Guillermo Calderón, encuentra en la adaptación y dirección de Adriana Roffi un equilibrio exquisito: no hay golpes bajos, ni solemnidad; hay inteligencia, ironía y una escucha precisa del tiempo que habitamos. Roffi asume la responsabilidad de dialogar con una memoria colectiva, pero lo hace desde el cuerpo, desde lo cotidiano, desde lo incómodo. Nos enfrenta, sin concesiones, a la posibilidad de estar “del mismo lado” y, sin embargo, tan lejos. Hay algo profundamente político en esta propuesta: no la política partidaria, sino la política de las ideas, de los afectos, de la memoria como acto vital. La obra logra trascender la denuncia para instalar una conversación urgente sobre la desigualdad cualquier desigualdad, la de género, la violencia estatal, étnica y, sobre todo, la humanidad. Una humanidad contradictoria, estoica y epicúrea al mismo tiempo. Villa es una ficción real. Un ejercicio de pensamiento en voz alta. Una discusión cotidiana para nada exagerada entre lo divertido y lo ofensivo, entre lo que somos y lo que elegimos olvidar. Una pieza necesaria, lúcida y despierta que activa, más que la atención, la atención en la atención. Las intérpretes y el pulso interno de la memoria Ana, Támara y Magdalena dosifican con precisión el devenir de este inacabable intercambio de ideas y quehaceres. Cada una aporta una temperatura distinta al pensamiento colectivo, dejando rastros, huellas, pequeñas pistas que permiten al espectador reconstruir quiénes son y por qué están ahí o, más bien, por qué siguen estando en Alejandra. El trabajo actoral es de una sensibilidad filosa sensible y punsante: se mueven entre la lucidez y la conviccion, entre la emoción contenida y el fervor temperamental que abre un abismo. Las tres logran sostener la tensión del diálogo sin resolverlo, y en ese no resolverse, la obra encuentra su resolución. La dictadura militar dejó marcas profundas, visibles y otras que aún fracturan el tejido social. Villa no busca suturar esas heridas, sino exponerlas con la delicadeza de quien entiende que el arte puede ser un espacio de reparación simbólica. En este sentido, las intérpretes funcionan como médiums de esa memoria compartida: encarnan, discuten, dudan, se quiebran y vuelven a armarse en escena, generando conciencia desde la experiencia corporal de la palabra. Hay en esta propuesta una intuición política y estética que no se impone, sino que se filtra. Con algunos guiños al ámbito artístico y a la militancia del arte como acto de resistencia, Villa se vuelve una pieza que se piensa a sí misma como parte del museo vivo de la memoria. De ese museo que uno desea volver a recorrer porque siempre hay algo nuevo que aprender, algo que duele distinto, algo que sigue pidiendo ser mirado o más bien debemos exigir que siga siendo símbolo del nunca más.