"Croquembuch" opera como un espejismo barroco de dos monólogos que parecieran correr en paralelo, casi sin tocarse, y que sin embargo están atravesados por la misma edad, la misma clase social, la misma temporalidad emocional. Dos voces que no dialogan, pero resuenan. Dos relatos que se sostienen solos y a la vez se completan con una precisión involuntaria.
Con una presencia holgada y singular, cada intérprete arma su propio universo sensorial: detalles tan minuciosos que el espectador casi puede oler, tocar, sentir el clima interno de cada relato. A medida que avanza la obra, ese mundo se vuelve un conjuro estético, una suerte de hechizo donde maquillaje, puesta y vestuario arman un despliegue entre kitsch y barroco, cuidadosamente controlado. Todo amenaza con desbordar, pero no lo hace: se queda apenas un milímetro por encima, justo lo necesario para convertirse en una postal exquisita, saturada y duradera.
La obra se mete de lleno en una historia de amor y desamor, de aceptación madura y resentimiento antiguo; vuelve a tensionar, una vez más, la mentira masculina (esa maquinaria repetida) hacia parejas y amantes. Pero no se queda en la anécdota: la desmenuza con ironía, con sutileza, con el dolor maquillado de época y con una risa que esconde dientes.
El texto que construye Nina es particularmente atractivo: usa herramientas del teatro de época, pero las actualiza con una destreza que arma un registro retro-vintage contemporáneo que ya se siente como marca propia. Una retórica pulida, elegante, que podría sonar antigua si no estuviera atravesada por un fino filo moderno. Esa misma coherencia se prolonga en la imagen: en un vestuario que mezcla aristocracia rimbombante con una paleta actual, de tintes casi de moda de lujo cotidiana; un diálogo visual entre pasado ostentoso y presente estilizado.
El orden interno de la obra y su desorden cuidadosamente dosificado construye un mecanismo inteligente, donde las escenas abren capas de especulación. El público entra en un juego sutil, guiado por una lógica que parece transparente pero esconde trampas o desvíos. "Croquembuch" narra, seduce, confunde, ilumina y oscurece según sus propias reglas.
Una pieza fina y afilada, donde la estética no decora sino que articula, y donde el relato encuentra su poder en ese doble monólogo que logra dejar de serlo y habla de lo mismo desde orillas distintas. Una joya en miniatura, precisa, irónica y profundamente teatral.
