sábado, 24 de mayo de 2025
El Árbol de la vida y de la muerte de Mariana Cinat y Pablo Rotemberg, en el Centro Cultural Borges
En esta particular performance que abrió el ciclo Experimenta #1 me encontré con algo que no esperaba: una obra que ofrece no solo al espectador una propuesta relajada, sino a sus propios hacedores. Hay en escena un juego libre, absurdo, político y visceral. Una apuesta que no busca validarse en la perfección sino en el riesgo y el desgaste del paso del tiempo. Y que, desde el minuto uno, deja claro que lo que está ocurriendo es irrepetible. No como consigna, como verdad incuestionable, no por improvisación, no como excusa o sostén, sino por la propia biología. Ambos intérpretes están muy bien. Pero más aún lo están por atreverse a hacer lo que hacen. La decisión de llevar adelante esta puesta, en un momento tan delicado, tan cargado de incertidumbre como un embarazo tan avanzado, es un acto escénico en sí mismo. Admirable, inquietante y potente. La inestabilidad que logran es magnética. Se divierten, juegan, se desarman. No hay miedo, no hay pose, pero sí una posición clara, encarnada. Se danza con limitaciones impuestas por el propio cuerpo, por singularidades, por la vida que está por llegar y por la que comenzó su propio final hace tiempo. Todo eso pesa. Y esa carga es justamente lo que convierte a esta pieza en un acontecimiento. Me interesa especialmente cómo la escena se vuelve un espacio para hacer visible lo que no suele tener lugar en los escenarios: la fragilidad como forma de potencia, el cuerpo como terreno político en plena transformación. La obra no pretende ser perfecta, ni completa. Se planta como un evento único, con fisuras, con vacíos, pero rebosante de intención, física, musical, estética e ideológica. Es ácida, penetrante, tierna y violenta. Pero profundamente honesta. Disruptiva sin caer en la trampa del impacto fácil. Políticamente incorrecta en el mejor sentido: el de no pedir permiso, sino más bien darlo. Se nota que hay tres corazones en escena. Y que todos están latiendo vitales.
viernes, 23 de mayo de 2025
Ingaucho un lado B de y con Mauro Dann en Viceversa
El Oso de y con Matias Bassi en El Vitral
Matria de Pilar Juaristi, en Belisario Club de Cultura
No hay banda - de y con Martín Flores Cárdenas, en Casa Teatro
miércoles, 21 de mayo de 2025
Consagrada de Gabi Parigi y dirección de Flor Micha, en Timbre 4
Post BomBum de Diego Mauriño, en Café Artigas
Acá Va de y con Lucia Cuesta, en La Carpinteria
Hay obras que no se ven se atraviesan. Y la propuesta de Lucía que es una pieza tan cruda como poética, tan íntima como posiblemente incómoda para algunos, pertenece, sin duda, a esa categoría. La vi hace un tiempo en La Carpintería, la obra se revela como una experiencia de alto voltaje expresivo, donde el cuerpo, el deseo y los sonidos se vuelven materia de un ritual. Desde el inicio, el dispositivo escénico atípico: el público, lejos de ocupar la distancia segura de la silla/butaca tradicional, comparte escenario con la intérprete, inmerso en una espacialidad que no demanda participación activa pero sí una atención física, sensorial, casi de vigilancia con los demás y alerta constante para no entorpecer. Esta cercanía no es casual: es parte fundamental de la propuesta, que invita a vivir la obra desde adentro, como quien entra en una habitación donde alguien está por decir algo que solo puede decirse con todo el cuerpo. La interpretación es de una fuerza singular. Sostiene una tensión dramática precisa, punzante, que no decae en ningún momento, y que se despliega con una versatilidad notable: la actriz transita estados de erotismo, fragilidad, violencia, goce y exposición sin resguardos, con una entrega escénica total. El trabajo actoral no se contenta con comunicar; busca provocar y desequilibrar. Estamos, quizás, frente a una catarsis. Una revelación íntima de una sexualidad desbordada, del goce y el erotismo errático, sin contornos fijos, puestos a merced de ser vivencia escénica. No se trata de una obra que proponga una temática para el debate post-función; más bien, se construye como una ofrenda estética y al que no le gusta que se joda, un testimonio escénico que no busca ser explicado ni digerido. Y, tal vez, ahí radique su urgencia. Porque urgente es la palabra que mejor la define: no por lo coyuntural, sino por lo visceral. La pieza no parece nacer del cálculo ni del deseo de agradar, sino de una necesidad inminente de decir, de mostrar, de transitar. En ese gesto, la obra asume el riesgo de lo irrepetible, de lo que puede salir bien o mal, pero que debe ser hecho de todos modos. Es una pieza que incomoda por momentos, que emociona en otros, y que deja huella. Y eso, hoy, es necesario. Ojalá más escenarios se abran a propuestas como esta y por sobre todo ojalá más artistas se animen a sostenerse con esta honestidad feroz.
domingo, 18 de mayo de 2025
EGO (estoy gritando obstinado) - Mi obra mi ego, en Aérea Teatro
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foto de Maca Denoia, Aérea Teatro 2024 |
EGO (estoy gritando obstinado) dirige Guido Vaccarezza
Escribir sobre una obra que uno mismo escribió y dirigió tiene algo de
trampa, algo de terapia y algo de torpeza. Porque no hay distancia. Porque lo
que se ve en escena los textos, las decisiones, los excesos y las carencias son
también reflejo de lo que una parte de mí no supo decir de otra forma. Pero a
la vez, hay algo en esa exposición que me obliga a no disfrazar lo que
veo. EGO es un
trabajo que habla sobre mí, sobre lo que fuí, sobre como veo al resto y por
sobre todo habla de sí misma y mientras sucede, y tal vez por eso escribir
sobre esto no puede ser otra cosa que continuar el bucle del cual la escena se
nutre.
La obra propone una constante construcción mental. No busca ser clara ni cerrada,
aunque definitivamente lo es y esta. Al contrario: invita, con cierta crueldad,
a perderse desde un principio, hasta entender las razones de quienes actúan.
Los textos son puntuales y redundantes, a veces deliberadamente laberínticos y
repetitivos, como si el lenguaje fuera una prueba más dentro del dispositivo.
Se articulan con la trama, pero también se disparan hacia el delirio, la duda,
la contradicción apoyándose no solo en las palabras y filosofía sino en los
tonos y gestos. Y eso, si bien puede resultar confuso, no está puesto al azar.
Hay una crítica directa, punzante, al ámbito creativo: el teatro, el circo, la escena en general desde donde yo la conozco o la vivencio es como un campo de batalla emocional y ególatra. Las contradicciones del artista, las carencias de quien escribe, la soberbia como mecanismo de defensa... todo eso está en juego, sin filtros o con muy pocos, sin piedad. EGO no se interesa por quedar bien. Se interesa por mostrar lo que a veces duele admitir. No creo haber logrado semejante trabajo que realmente trabaje lo que acabo de escribir, pero no dudo que este encaminado hacia ese ideal.
Las interpretaciones de Blas y Facu son potentes, generosas, incómodas
incluso para ellos mismos. Hay momentos en que parece que pueden más que lo que
el texto les permite o viceversa, y ese desborde es parte de lo que hace a la
obra una constante en sí misma, es una razón más para jugar con el “nunca vamos
a terminar de jugar con nuestro ego”. Hay imágenes fuertes, cuidadosamente
construidas por más desprolijas que se vean, que interpelan desde lo visual y
lo físico. Momentos donde no hace falta entender para sentirse sorprendido de
hasta donde se llegó con una simple obra de circo. No sé si EGO es circo, teatro, danza, o un
poco de todo. Sé que se permite esa ambigüedad y con ella jugamos, porque si no
juego con todo no sería malabarista.
La escenografía es austera, casi
despojada, pero no por azar: dialoga con lo que pasa, aunque parezca que no. Hay
una necesidad intrínseca en el proyecto que es que no tengamos un limitante
económico para crear y decir, acá estamos haciendo con o sin todas las facilidades
y dificultades que hay. Se que no es el fuerte de la obra, pero también se que
no es el mío.
Algunas resoluciones dramatúrgicas me
enorgullecen por su ingenio, otras me siguen generando preguntas y desafíos.
Hay textos que podrían ir más lejos en lo que hay para decir, y tal vez no lo
hicimos por miedo o por estrategia. No lo sé. Lo que sí sé es que EGO no busca gustar. No nació desde ahí,
busca dejar algo latiendo. Y si eso sucede, si alguien se va del teatro con
algo que no puede nombrar, entonces quizás el trabajo, a pesar de sus falencias,
está vivo.
Y eso, le hace muy bien a mi ego.
Ojos Látigo - De Leticia Coronel, en Teatro El Extranjero
Casual de Noche – Compañía La Brusca, en Casa Teatro
Hay algo profundamente astuto y conmovedor en la manera en que Casual de Noche ha sido concebida. Esta pieza no se limita a ser un ejercicio teatral; se presenta como una declaración sensible, casi íntima, de un colectivo que no teme exponerse y dejarse atravesar por las tensiones de su propio mundo.
La obra, presentada en Casa Teatro (un lugar pequeño pero ideal para propuestas que apelan a la cercanía y la complicidad) se siente como una pieza de colección, no por su acabado sino por su carácter de artesanal, auténtico. Hay una intención clara de no disimular, de no sobreactuar la forma, sino de dejar que emerja algo y ese algo sincero, un testimonio escénico de visibilidad, de pertenencia y de deseo de decir “estamos acá”.
La escenografía es mínima, casi austera, pero funciona a favor de la propuesta: el "menos es más" se vuelve una decisión poética, que permite que los cuerpos, las palabras y las miradas ocupen el centro de la escena sin distracciones. En ese vacío escénico, cada gesto, cada singularidad de actores y actrices gana potencia y no solo me refiero a lo actoral, sino a esa virtud “única que se luce en un casting”.
Las actuaciones, por su parte, son sólidas, comprometidas, con momentos de verdadera vibración colectiva. Se percibe un trabajo profundo en la construcción complementaria de cada escena individual y en la escucha entre les intérpretes.
Sin embargo, hay algo en el tono general especialmente en el uso del humor que, si bien funciona como vía de acceso y empatía, por momentos atenúa la potencia crítica que la obra podría alcanzar. Uno desearía que ciertas escenas se permitieran no solo señalar y cuestionar la llaga sin temerle a lo siguiente, la consecuencia.
A solas con Marilyn, de Alfonso Zurro y dirección de Nahuel Cuadrelli en Timbre 4
Una cordura tierna y temblorosa. Un desquicio abrumador con un detonante claro. Un amor que se expresa en un lenguaje retorcido. Una ang...

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Hacía tiempo que quería ver esta obra. Y con ese deseo se fue acumulando también una expectativa que, como suele pasarme, cuesta gestion...
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Hay obras que no buscan deslumbrar, sino afinar la percepción. Que no gritan, pero vibran. La propuesta de Tato (que dirige e interpreta e...