miércoles, 13 de agosto de 2025

La mujer puerca - De Santiago Loza, dirección de Lisandro Rodriguez e interpretación de Valeria Lois, en Estudio los vidrios

Me cuesta y entusiasma decidir por dónde comenzar a hablar de esta obra. Los tres pilares fundamentales de su estructura, composición y contenido están orquestados de una manera no solo acertada, sino justa y exacta. Elijo este orden porque intuyo que así fue, aunque probablemente me equivoque. El texto, escrito por Loza hace al menos más de una década, es de una belleza cruel en su construcción. Nos sumerge en la lógica inexplicable y profundamente humana de las periferias capitalinas, obligándonos a ver de frente una desesperación que solemos aceptar con total normalidad. Porta un lenguaje simple, honesto, elocuente y absurdamente real, capaz de ser liviano en su comprensión sin perder peso ni responsabilidad en la denuncia que ejerce. Su tema nos atraviesa a todos: la religión como horizonte y justificativo, la mujer con un “deber ser” marcado a fuego, y el clasismo intravenoso de cualquier progre, que podría parecer exagerado… pero no lo es. Es apenas una distancia más corta o más larga de nuestras propias realidades sociales y culturales. Valeria Lois deslumbra en la interpretación. Hay en ella un sinfín de gestos mínimos que generan una cercanía especial con la audiencia, una naturalidad deslumbrante tanto en la palabra como en el cuerpo. Construye un camino sinuoso que nos permite juzgar, defender, responsabilizar y hasta sufrir por ella. La “puerca” que habita no es solo un personaje: es un organismo vivo, contradictorio, tierno y feroz a la vez. La dirección de Lisandro potencia todo eso con un ojo preciso. La imagen simple cargada de símbolos, con un acento cínicamente cómico que le da ese plus de incorrección que la obra merece. La puesta es sencilla y no necesita más, la adaptación al espacio de Estudio los vidrios es hábil tanto espacial como retoricamente. Incluso el gesto de compartir un texto de Loza en la antesala y la salida, explicando el motor de este reestreno, forma parte de esa construcción de sentido que excede la función pero hace a la obra. La Mujer Puerca es la historia de una mujer que vivió para alcanzar la santidad y no lo logró: su naturaleza terrenal, “puerca”, se impuso. El deseo de pureza chocó con el cuerpo, con lo humano y su sociedad enferma y enfermando. En ese fracaso aparece lo más tierno y lo más doloroso: un amor no correspondido por "Dios", el impulso y la necedad de amar cuando alrededor solo hay silencio, desprecio o necesidad. Al salir, queda la sensación de que La Mujer Puerca no es solo el retrato de un personaje, sino un espejo incómodo de una estructura que sigue intacta. Una enseñanza sin tiempo donde el fracaso no es del individuo, sino de un sistema que exige la pureza mientras se alimenta de la culpa. Quizá por eso, verla hoy no es un acto nostálgico, sino urgente: porque recuerda que todavía habitamos un mundo donde las promesas de redención conviven con la imposibilidad de alcanzarla. Y en esa tensión entre la carne y el cielo Loza, Lois y Rodríguez nos exponen a mirar de frente lo que preferimos negar.

lunes, 28 de julio de 2025

Partida - De y con Renata Moreno, Dirección de Gonzalo San Millan en Arthaus

"Partida" alude a la partida de nacimiento de Renata, documento que debería definirla pero que, en su caso, contiene errores deliberados cometidos por su padre. Desde ahí, desde ese registro burocrático torcido, comienza una búsqueda que es mucho más que un trámite: es un recorrido identitario que Renata comparte con nosotros, con la valentía y la ternura de quien transforma la desgracia en relato, y el relato en obra. Pero esta no es una pieza solemne. Renata reconstruye su historia con inteligencia y humor, trazando un recorrido sinuoso entre lo que duele y lo que puede hacernos reír de lo absurdo. Su escena juega con las asociaciones libres, el esoterismo, las leyes de atracción, las apuestas al destino. No es menor que en su historia haya un vínculo directo con el juego y las apuestas, y que lo exponga con la misma naturalidad con la que interpela al público: cuando nos pregunta quién jugó alguna vez, todos, curiosamente, dicen haber ganado. Ese juego entre lo íntimo y lo compartido, entre el azar y el destino, vuelve aún más rica su narración. Hay una naturalidad en su presencia que desarma cualquier distancia entre intérprete y público. Renata habita la escena con la frescura de quien está en el living de su casa, y de hecho eso propone la obra: una intimidad cercana, donde fotos, anécdotas y confesiones nos incluyen como cómplices. Incluso en esta adaptación a un espacio teatral más “convencional”, se mantiene intacta esa sensación de estar compartiendo algo entre pares. Su corporalidad, sus gestos y su postura van en sintonia de como quiere contarnos su relato: abiertos, coherentes, transparentes y por sobre todo presentes. El relato es minucioso: Renata va poniendo en contexto, abriendo puertas a los recuerdos, las personas y lugares que marcaron su historia: madre, padre, abuelos, la amiga de su madre, hermanos que aparecen como personajes en este entramado personal; a veces de carne y hueso, otras como ecos de los números que la persiguen. Es un ejército de pensamientos que navegan entre lo que fue, lo que podría haber sido y, sobre todo, lo que es: la convicción artística, identitaria y vital que sostiene y la sostiene. La dirección (muy acertada) potencia esta construcción, dándole espacio a los matices y realzando los aspectos más íntimos y precisos del relato. Hay una investigación profunda detrás, cuidadosamente administrada, que convierte cada escena en un pequeño hallazgo: un dato, un gesto, una reflexión, una fotografía. Renata invita en este acto de amor a la verdad, un capricho hermoso por contarse y denunciarse, por hacer visible lo que la partida de nacimiento omitió o tergiversó. Y lo hace con una calidez tal que, si querés, incluso podés terminar bailando con ella en el living como me pasó a mí en un cierre que es tan íntimo como expansivo. Quizás no es una obra política en el sentido tradicional, pero hay algo profundamente político en animarse a narrar la propia historia, a torcer el destino que otros escribieron, a reclamar con humor y creatividad el derecho a ser y que ser incluye posiciones reales frente a desigualdades que lejos están de la suerte. Porque en el fondo, esta obra no trata solo de corregir un documento, trata de afirmarse en el mundo, con el cuerpo, con la voz y con la risa, aunque la suerte, la fortuna o el destino digan lo contrario.

miércoles, 23 de julio de 2025

OFI (otro fatal intento) - de Agustín Soler, en Café Artigas

Hay algo ineludible en OFI: la construcción minuciosa de sus personajes. Desde lo interno y lo externo, los tres intérpretes dibujan, con precisión caricaturesca, el lugar que ocupan dentro de una sociedad que se muestra decadente y opresiva. Son personajes tan reconocibles como cercanos: figuras que todos hemos visto alguna vez, o incluso habitado, en esos entornos donde el trabajo ya no es solo un medio de vida, sino una cárcel de rutinas y miserias compartidas. Las tres actuaciones son excelentes. Cada intérprete parece desarrollar un humor propio: uno desde la ingenuidad, otro desde lo grotesco, otro desde la timidez. Tres registros distintos que no compiten, sino que dialogan, y encuentran juntos una comunión que rápidamente se traslada al público. Lo que podría ser solo comedia liviana se vuelve entonces algo más: una risa cargada de sentido. Es un humor que no se disfraza de complejidad, pero que está lleno de matices, y que jamás pierde de vista lo que la obra quiere decir. OFI no nos deja escapar de su poesía. La risa no anula el mensaje y en esta pieza, el humor se convierte en herramienta para exponer las tensiones de un sistema laboral que agobia y explota . Reírnos del sistema de castas, del delirio burocrático, de lo grotesco que puede volverse lo humano, es liberador. Pero esta obra también nos recuerda que esas risas tienen límites: que es necesario cuidar la mirada hacia quienes, como un encargado de edificio o un trabajador precarizado, pueden ser víctimas de un engranaje que los excede. Acá el humor nunca pierde la humildad, y ahí radica gran parte de su fuerza. La puesta es sencilla, funcional, pero completamente adecuada al tono de la obra. Los momentos de absurdo que aparecen dentro del propio absurdo son particularmente potentes, y logran romper la linealidad sin perder el hilo del relato. En lo corporal y en lo vocal, el trabajo de los tres intérpretes es notable: cada gesto, cada detalle, contribuye a esta creación que se siente orgánica, fluida y a la vez meticulosamente pautada. Lo interesante es cómo logran que el juego dentro de lo pautado se perciba natural, casi improvisado, cuando en realidad está sostenido por una dirección muy clara. Este es el tercer trabajo que veo de Agustín Soler, y es llamativo cómo mantiene un sello personal en esa mezcla de humor, extrañeza y sensibilidad pero con características distintas en cada proyecto. OFI reafirma su capacidad de crear universos pequeños, reconocibles y dolorosamente actuales, donde la risa no es un escape sino más bien es una forma de soportar el peso de la reflexión.

lunes, 21 de julio de 2025

Palabras encadenadas - de Guillermo Ghio, en Ítaca Complejo Teatral

Palabras encadenadas tiene una atracción particular. Hay algo en su oscuridad que no sólo intriga, sino que magnetiza. Como si lo extremo del relato -salvando las distancias- nos resultara, en algún lugar silencioso de nuestra humanidad, inquietantemente familiar. Como si, en mayor o menor medida, habitara en todos y cada uno de nosotros. Y si aceptamos ese punto de partida (que hay violencia latente y pulsión tóxica compartida) entonces se vuelve todavía más interesante asistir a la manera en que la obra expone, desnuda y refleja ese lado menos dicho de nuestra emocionalidad social y personal. Reconocer cómo, sin darnos cuenta, podemos ser permeables a relaciones donde el poder, el miedo, el deseo y la manipulación se entrelazan como parte de un mismo juego. El trabajo actoral es excepcional. Ambos intérpretes logran construir personajes complejos y perturbadores, que oscilan entre la frustración, el miedo, la necesidad de control, la humillación y una tensión erótica tan densa como incómoda. Verlos es perturbador y eso es lo bueno. Hay algo en su entrega, en cómo se permiten encarnar sin filtros ni tantas concesiones, que resulta tan motivante como cautivante. La violencia psicológica que se juega entre ellos está llevada a un nivel teatralmente exquisito e inquietantemente verosímil. Se mueven como piezas de ajedrez dentro de una coreografía mental de sumisión, chantaje emocional y retórica afilada. La dirección sabe usar sus cuerpos, sus tonos, sus silencios. Palabras encadenadas es un juego. Y como todo juego, puede ser inocente... o convertirse en un campo de batalla. Acá se vuelve guerra: un dispositivo cruel que encierra a los personajes en una lógica sin salida, donde lo lúdico se vuelve método de tortura, y lo que parece una conversación es en realidad una guerra discursiva. Una batalla por la versión de los hechos, por el sentido, por la identidad misma. La puesta es acertada. Nos encierra con ellos. Nos vuelve cómplices involuntarios del encierro físico y psicológico. Nos mete en una habitación donde no hay certezas, y en la que las grietas de la mente se abren sin anestesia. Todo está planteado con precisión: desde la escenografía hasta la dosificación de información, que es uno de los grandes logros de la obra. Se revela poco a poco, con exactitud, jugando con nuestras interpretaciones, generando teorías que se derrumban a medida que vamos avanzando. Con el correr de los minutos y sus múltiples giros argumentales, vamos hilando ideas, intuyendo verdades, descubriendo capas. Entendemos sin mucha guía que nadie puede escapar a las repercusiones de sus actos. Que incluso el amor, cuando nace o se deforma dentro de un núcleo sano, puede volverse siniestro. O que un entorno tóxico puede volver perverso incluso al más inocente. La obra, como la vida, se construye a partir de estrategias: a veces de supervivencia, otras de manipulación. Y muchas veces, sin darnos cuenta, combinamos ambas. Me resultó particularmente interesante cómo se desarrolla el proceso mental de ambos personajes. Cómo se acepta, se niega y se redescubre la historia según convenga, o según duela menos. La temporalidad, siempre inestable, y el modo en que se dosifica la verdad, nos deja sin lugar seguro: ¿Qué pasó realmente? ¿Qué es cierto y qué es un delirio? ¿A quién hay que creerle? En lo personal, no vi venir el final. Y no sé si eso me agrada o me asusta. Tal vez ambas. Y eso también es parte del efecto que la obra debe dejarnos. Las buenas ficciones se atreven a rozar lo monstruoso de lo humano. "Palabras encadenadas" no es una obra para todo público. Pero debería poder serlo, si no habitáramos en una sociedad tan enferma de violencias normalizadas. Justamente porque incomoda, porque desnuda lo que se suele tapar, es una obra de contenido convencionalmente cinematográfico. Una experiencia teatral que no es tan común.

domingo, 20 de julio de 2025

Estoy acá sin fin - De Leticia Coronel en El galpón de guevara

Este es el segundo homenaje que veo de Leticia y otra vez se anima con inteligencia y audacia, esta vez a abordar la maternidad desde un lugar casi prohibido: el amor incondicional atravesado por sus sombras. No como una figura idealizada, sino como una experiencia brutalmente humana, donde conviven ternura y rabia, gratitud y agotamiento, lucidez y caos. Donde el amor se sostiene no a pesar de lo doloroso, sino con lo doloroso. ¿Cómo puede algo tan único como la maternidad volverse tan universal? Tal vez porque no se trata sólo de ser madre, sino de amar profundamente, sin garantías ni manuales. Esta obra se convierte en un canal de resonancia donde cada quien puede encontrar su herida, su reflejo, su espejo. La puesta en escena es cuidadosamente despojada. Inteligente en su sencillez. Hay una confianza feroz en las interpretaciones, en la potencia del sostén propio y grupal. Todo lo que está, está porque tiene sentido, y todo lo que no está, también habla. Esa sobriedad es lo que permite que la emoción no se diluya ni se distraiga. Que el corazón de la obra respire a plena luz de veladores. Hay una delicadeza en el modo en que está construída la atmósfera. No hay lugar al efectismo, pero sí a la verdad. Los textos, porque no puedo llamarlos de otra forma, son una realidad tras otra. Por transparentes. Una voz que no pretende convencer, sino compartir, y en ese acto, nos lleva de la mano a pasear por su fragilidad. "Estoy acá sin fin" nos habla de otra manera de amar, que tal vez sea la única posible: esa que involucra todo, y en ese todo también hay sombra, hay contradicción, hay deseo de huída, hay frustración. Porque amar es resistir también el impulso de abandonar, de soltar, de rendirse. Y eso, cuando se dice en voz alta es muy poderoso pero cuando además se pone en escena, se vuelve de todos y para todos una necesidad. Hay una escena en particular que me resultó profundamente reveladora. Una síntesis emocional tan clara y brutal que se vuelve inagotable: una madre que, en lugar de reprimir o anestesiar la violencia posible, la encauza. Le ofrece a su hija un lugar simbólico para descargar, para expresarse, para luchar con uñas y dientes con ella y no contra el mundo. Un acto de amor feroz. Una escena que podría ser una tesis: cómo enseñar el cuidado a través de la exposición, cómo acompañar sin dulcificar lo real. Excelente. El dispositivo escénico se configura como un tetris donde lo naif convive con lo crudo, donde la fragilidad extrema se da la mano con una fuerza que conmueve. Todo parece estar bajo control, y sin embargo, hay un momento inevitable donde algo se suelta. Donde se deja de dirigir, de contener, y se entra en lo vivo. En lo que no se puede anticipar ni controlar. Las actuaciones son ajustadas a la necesidad de la obra, haciendo de ellas un engranaje donde cada singularidad aporta lo que pide la pieza, cuerpos enteramente disponibles para esta madre que no sólo está ahí para su hija Amanda, sino también para sí misma. Para reconstruirse, para entenderse, para escucharse. Como un acto psico-mágico, sí, pero también como una declaración teatral que no se disculpa por ser íntima, emocional, intensa sino más bien se enorgullece de su fragilidad y hace de sus equivocaciones su vocación de madre. De actriz. De maternar. De dirigir. De amar. Hay algo profundamente necesario en ver a alguien confiar en la escena como forma de transitar su propio laberinto emocional. En ese gesto hay una entrega radical, que nos recuerda lo que el teatro puede hacer cuando no se queda en la forma, sino que se ofrece como experiencia compartida. Se nos ofrece su caos, su amor, su resistencia. Y como espectadores, nos toca aceptarlo. O mejor dicho: dejarlo entrar. La obra tiene una duración por encima de la media, pero es porque el viaje lo necesita. Porque el tiempo que ocupa no es para explicar, sino para habitar. Nos pasea por la adolescencia, no la nuestra, sino la de la hija… y en ese tránsito también volvemos a la nuestra, a los vínculos que armamos y desarmamos en ese entonces. Con guiños tan dispares como precisos, "Estoy acá sin fin" habilita múltiples interpretaciones, pero ninguna clausura. Lo que queda, al final, es la sensación de haber presenciado algo profundamente honesto. Un homenaje a Amanda pero también una necesidad vital, un pedido de presencia, una reafirmación del amor sin disfraces. Una obra que no embellece lo complejo, pero tampoco lo niega. Que sostiene la belleza de lo que duele, y lo que no se dice. Que nos deja pensando en lo más simple y lo más voraz de estar vivos: amar sin fin, aunque a veces duela tanto.

domingo, 13 de julio de 2025

La pose, secretos de una modelo vivo - De Vanesa Castañón y dirección de Renata Moreno en Fundación Cazadores

Es un biodrama. Y, como todo biodrama bien concebido, es una singularidad irrepetible. Lo que Vanesa trae al escenario no es simplemente su historia: es un universo. Uno atravesado por la noche, el arte, el deseo, la obsesión y, como suele suceder cuando una mujer toma la escena, por la mirada de una sociedad patriarcal que condiciona, margina y, con suerte, aplaude… a destiempo. Su vida de musa, de cuerpo ofrecido a la mirada ajena, de trabajadora del arte se transforma aquí en relato. En retrato. En performance viva. En historia contada en primera persona por quien siempre fue disparador de otros. La changa que se convirtió en oficio, el oficio que se volvió obsesión, la obsesión que fue muchas obras y que finalmente devino en la suya, su obra. El oficio de modelo vivo está lleno de paradojas: se trata de entregarse al ojo del otro, de sostener una imagen sin palabras, de ser parte esencial del proceso creativo de artistas que muchas veces omiten siquiera el nombre de quien fue cuerpo, sostén y tiempo. Vanesa se corre de ese lugar periférico y se coloca en el centro, con todo lo que eso implica. Se muestra, se narra, se posa. Pero también actúa, no actúa, se contradice. ¿Actúa o simplemente es? ¿Dónde empieza la pose y dónde termina el personaje? La puesta en escena propone un marco sobrio y eficaz: un cuadro vivo, donde Vanesa pinta con su cuerpo el relato de su vida. La música en vivo, interpretada desde un clarinete que dialoga con cada gesto, con cada transición, ofrece un marco sonoro que eleva el relato y lo convierte en experiencia sensorial. Hay algo muy potente en cómo se nos invita a dibujarla en escena. Un gesto tan simple como generoso: el público se convierte en artista, en retratista, en observador activo. Vanesa posa, pero también habla, reflexiona, interpela. Es una inversión total del rol tradicional: quien siempre fue musa ahora enseña. Quien se entregó a ser mirada, ahora devuelve la mirada. Y en esa inversión, se produce una experiencia muy enriquecedora para ambos lados. La colección de dibujos que se van acumulando al costado de la escena y en la antesala no son solo ejercicios estéticos. Son archivos del intento, constancia del vínculo efímero entre la mirada y el cuerpo. Reflejo de esa búsqueda imposible de capturar lo que vibra. La dirección de Renata es precisa, contenida, inteligente. Se nota que hay escucha, que hay confianza, que hay un dejar-ser que permite desplegar su mundo sin necesidad de subrayarlo. La dosis justa de humor (ácido, callejero, vivaz) parece venir con ella, como parte de su historia, como parte de la coraza con la que atravesó los años. No es fácil hablar del paso del tiempo. Y menos desde el cuerpo. Pero ella lo hace sin victimismos. Con ternura, con crudeza, con belleza. ¿Cómo envejece un cuerpo que fue imagen? ¿Qué ocurre cuando el tiempo se vuelve más visible que la forma? La Pose es una pieza donde se traza un límite tenue entre la experiencia personal y la denuncia estructural. Porque no es solo Vanesa la que se cuenta, son todas las mujeres invisibilizadas en los márgenes del arte. Las que sostienen, las que inspiran, las que están y no figuran. Porque pone en valor un oficio no reconocido. Porque rescata el derecho a narrarse, a decidir cómo mostrarse. Tuve la oportunidad de hablar con Vanesa luego de la función. Y fue como una segunda función: una extensión vital de lo que acabábamos de ver. Su personaje en vida, su firmeza, su despojo... son una confirmación de todo lo que la obra deja flotando: que detrás de la pose, hay una vida. Y que esa vida con sus batallas, sus contradicciones, su deseo intacto también merece ser retratada.

lunes, 7 de julio de 2025

La Perichona (como ustedes me llaman) - De Raúl Ríos En el Teatro del Pueblo

La Perichona es una obra con una originalidad muy particular: se trata de una pieza de época, pero con licencias de actualidad que no solo se permiten, sino que se celebran. Esa mezcla entre lo histórico y lo contemporáneo no es gratuita: está inteligentemente tejida al servicio de una denuncia que, lamentablemente, sigue tan vigente como en el siglo 19. Basada en hechos reales y personajes conocidos de la historia Argentina, la obra nos presenta un recorte potente sobre la figura de Ann Perichon, mujer singular, excéntrica, libre, y por lo tanto incómoda para la sociedad patriarcal que la rodeaba y la actual. Su deseo, su poder, su carácter y su autonomía desbordan los límites, y es ahí donde el texto (y la puesta) plantan bandera. El lenguaje escénico que construyen es tan eficaz como delicioso: zigzaguea entre un pseudofrancés/español trabajado con precisión filosa y una jerga actual, ordinaria y reconocible. Esa tensión idiomática genera un código de humor propio y encuentra complicidades con el público. Las actuaciones, por su parte, están finamente calibradas: sostienen una interpretación dramática que coquetea con la farsa, sin nunca caer en el exceso ni perder coherencia. Cada actriz encuentra el tono justo entre lo refinado y lo grotesco. El humor de la obra es ácido, sexual, oscuro, pero inteligentemente dosificado desde una aristocracia absurda y autoparódica. “Un mélange n’importe quoi”, pero con una lógica interna impecable. No hay gag porque sí, ni provocación sin sentido: el grotesco está al servicio del mensaje, y el mensaje está claro. Otro de los hallazgos es el uso del músico en vivo, que no solo acompaña la escena sino que forma parte de ella con sutileza y presencia justa. Su participación genera atmósferas, sostiene el ritmo y aporta un subtexto que enriquece el entramado general de la puesta. Los vestuarios merecen mención especial. Elegantes, exagerados, expresivos, no solo contextualizan históricamente, sino que también dialogan con la denuncia: hay una incomodidad de clase, un exceso de tela y forma que termina por decir más que muchas palabras. Son, en sí mismos, un gesto político. La Perichona es una obra de fuerte contenido, disfrazada de comedia elegante. Y es justamente ese disfraz el que le permite ir hasta el hueso sin solemnidad. Con una plástica teatral simple y llamativa, una dirección lúdica y punzante, y un elenco comprometido, esta obra logra hacer reír mientras denuncia. Y en esa mezcla incómoda, inteligente y provocadora está su estructura. Una fotografía escénica brillante que nos recuerda que la historia no ha pasado del todo… y que las mujeres, cuando brillan por fuera del molde, aún incomodan.

La mujer puerca - De Santiago Loza, dirección de Lisandro Rodriguez e interpretación de Valeria Lois, en Estudio los vidrios

Me cuesta y entusiasma decidir por dónde comenzar a hablar de esta obra. Los tres pilares fundamentales de su estructura, composición y ...