martes, 24 de junio de 2025
A solas con Marilyn, de Alfonso Zurro y dirección de Nahuel Cuadrelli en Timbre 4
Una cordura tierna y temblorosa.
Un desquicio abrumador con un detonante claro.
Un amor que se expresa en un lenguaje retorcido.
Una angustia que lo justifica todo.
A solas con Marilyn es un unipersonal que se sumerge en la mente alterada, sensible y brutal de una mujer atormentada por un nombre, por un abandono, por una sexualidad que no encaja en los márgenes convencionales. La actriz que lo interpreta lo hace con una intensidad arrolladora, desplegando un manejo excepcional de los matices teatrales y físicos, que va desde la quietud poética hasta la más pura exaltación.
La verborragia del personaje se convierte en un torbellino emocional que encuentra en la actriz una guía precisa: su ductilidad permite que cada desvío del texto, cada desborde o delirio, esté anclado en un pulso dramático claro. No hay exceso gratuito. Hay riesgo. Hay entrega. Hay una coherencia interna que sostiene incluso los momentos de mayor irracionalidad.
El texto, profundo, cargado de imágenes y con una poesía claroscura, convive con una perversidad sexual que lo contrasta y lo potencia. Las descripciones gráficas de contextos, sensaciones o recuerdos no solo están bien escritas, sino que son hábilmente evocadas desde la actuación. La actriz logra convertir palabra en cuerpo, y emoción en imagen.
Encuentro especialmente valioso lo que se ha intervenido o aggiornado del guión original: hay decisiones plásticas, textuales y rítmicas que no buscan reverenciar al texto, sino hacerlo resonar con la actualidad y el drama del personaje. Se le gana el respeto a un escrito/historia que no quede anclada en otro tiempo y pueda hablarnos hoy, acá.
En lo personal hubiera utilizado más este recurso.
En términos de dirección, se percibe una línea clara en la construcción del clima general. Sin embargo, una vez que ese clima se instala, algunas variaciones en los códigos escénicos o en el ritmo podrían haber sumado mayor dinamismo. La puesta, modesta y libre, se apoya con solidez en la actuación y la iluminación, pero por momentos no logra acompañar del todo la riqueza expresiva y plástica que esas dos dimensiones construyen. Aun así, hay coherencia, y sobre todo, una decisión de ceder el protagonismo absoluto a la intérprete y a su vínculo con el texto.
Este unipersonal tiene un poder inmenso. Su centro es una actuación ejemplar, que habita con ferocidad a una mujer desgarrada por una memoria que arde, por una presencia ausente, por una Marilyn que, más que ícono, es espejo, diablo y deseo que no fue.
La obra encuentra un potente contrapunto entre la fragilidad y la furia, entre lo poético y lo enfermo. Y en ese vaivén incómodo por real es donde más brilla y se luce en su conjunto.
El final, tan inesperado como cruel y necesario, rompe con fuerza tras tanta ambigüedad. Y en ese corte, en esa decisión abierta a la sorpresa, queda suspendida en el aire una sensación de profunda reflexión.
lunes, 23 de junio de 2025
Respirar - bitacora escénica en un acto de y con Pilar Ruiz en Sala de Máquinas
Respirar es una experiencia escénica profundamente íntima y luminosa. Pilar nos guía por un camino sinuoso, de pocas luces pero de una calidez inesperada, con la honestidad de quien no pretende impresionar, sino compartir. La obra se inscribe en el territorio de lo autobiográfico y lo convierte en ritual colectivo: lo que empezó siendo crónica personal se torna rápidamente en un reflejo, abrazo y memoria en común.
Desde el primer momento, la naturalidad con la que Pilar habita la escena crea un clima de cercanía difícil de lograr. No hay impostación, no hay distancia. Solo ella, su cuerpo, su voz, su historia y una puesta que, con sencillez y amor, la acompaña como un marco discreto pero profundamente sensible.
Lo que se narra es mucho más que un testimonio: es una celebración del deseo de vivir, incluso antes de tener plena conciencia de ello. Es una crónica de supervivencia anunciada, sí, pero también una coreografía de querer hacerlo. Pilar no solo cuenta: baila, respira, milita y se duerme. Se enoja, se entrega, resiste y sobre todo, recuerda que vivir, vivir bien, vivir con otros, vivir con dignidad es un acto por el cual vale la pena no tapar las heridas.
En ese gesto, la obra se vuelve también un manifiesto en el presente: en un contexto donde la salud pública, la educación y la cultura están siendo sistemáticamente desmanteladas, Respirar es una afirmación delicada pero poderosa de por qué hay que seguir dando batalla. Esta vez, quizá, no solo por su vida, sino por la de todas y todos.
Pilar es una heroína silenciosa, pero no silenciada. Cada gesto suyo en escena tiene una fuerza lúcida que atraviesa: hay una precisión que emociona y una fragilidad que sostiene. La obra es rigurosa sin dejar de ser descontracturada, cuidada hasta el último detalle pero siempre abierta al encuentro real, presente.
Respirar es un recordatorio de lo esencial. Del cuerpo que habla incluso cuando calla. De la actriz que baila con todo lo que vivió. De que el teatro, también, salva. Y de que respirar en este mundo es ya una forma de resistencia.
Gracias Pilar, por recordarnos la importancia de ese gesto tan vital y haber llegado a este punto.
Ella fue una guerrera desde que nació y esta claro que lo sigue siendo.
El teatro te esperaba.
domingo, 22 de junio de 2025
Medida por medida de Shakespeare dirección Chamé Buen Día en el Politeama
Medida por medida, escrita por William Shakespeare en 1604, es una de sus llamadas "comedias oscuras" se exploran temas como el abuso de poder, la hipocresía moral y la tensión entre justicia y perdón. Chamé Buen Día retoma estos núcleos dramáticos y los proyecta con inteligencia sobre la actualidad quiza precisamente argentina, donde el castigo, el poder y el control social vuelven a estar en el centro del debate público.
Lo que podría haber sido una adaptación académica o distante se convierte aca en una puesta vital, política y graciosa. El lenguaje del clown, lejos de suavizar el conflicto, lo potencia quiza no a la reflexion profunda pero sí a la visibilizacion fundamental. La risa es herramienta crítica, y la dirección lo sabe: no se esconde, no acomoda, quizá endulza. Saca filo y hace pie sobre una postura tomada.
La obra se mueve con un ritmo vertiginoso entre humor físico, destreza, magia, textos versátiles y coreografías que mantienen la atención. Cada intérprete se apropia de sus personajes con una energía desbordante clara, y aunque la obra es extensa, el tiempo pasa sin peso. Todo gracias a un elenco que sostiene la tensión con lucidez y entrega de todo tipo.
Los gags se reciclan con inteligencia, sin agotarse del todo. Aunque personalmente no entro con facilidad en ese tipo de humor o dispositivo escénico, la obra construye una lógica que lo justifica: no se trata de hacer reír por hacer reír sino de darle al entretenimiento también su buena dosis de información o al menos de invitación a reflexión.
Destaco también la elección escenográfica: austera, en fuerte contraste con la magnitud del teatro. Esa sencillez es, en sí misma, una decisión que celebro y que utilizan muy bien tanto dramatúrgica como fotográficamente. En este enfoque, el cuerpo, la palabra y el ritmo son los que construyen la escena.
Tratan el texto original con respeto, pero sin solemnidad, muy por el contrario hay una respetuosa falta de respeto. Se permiten intervenirlo, jugar, adaptarlo libremente. Y en ese gesto encuentra su fuerza. Si algo ajustaría, es la caracterización inicial de ciertos personajes, que coquetean con el cliché cuando podrían ir más allá de un primer pantallazo.
Medida por medida es una obra que se refleja con el presente a pesar de su antigüedad. Una maestría rítmica, coreográfica y política, sostenida por intérpretes que encarnan un clásico sin miedo, sin nostalgia y con toda la necesidad de un hoy en auge dicho por el mismísimo William.
Es de un despliegue particular, la explotación de recursos teatrales e ingenios escénicos para abordar temáticas sensibles con un público heterogéneo dispuesto al entretenimiento, cada uno con su particularidad acentuada y desarrollada con muchísimo autoconocimiento y timing.
Y eso, en este país donde el poder abusa y la justicia se convierte en espectáculo no solo es valioso: es necesario.
Hacer del entretenimiento un acto de contenido es algo que se fue perdiendo con el tiempo o más bien nunca fue explotado del todo.
En la obra hay una postura argenta marcada, quizá porteño-centrista que enaltece el reírse de uno mismo como sello de autor. Chamé y el elenco con la obra de otro hicieron lo que quisieron y lo hicieron bien.
miércoles, 11 de junio de 2025
Oscuro brillante de Ana Laura Osses en El Sabato espacio cultural
Escribí este texto hace un tiempo, después de ver la obra en el Centro Cultural Sabato. Hoy, al enterarme de que Oscuro Brillantes inicia su primera gira por España, siento que es un buen momento para compartir lo que me dejó esta experiencia. Esta obra desafía la paciencia, la lógica narrativa y la necesidad de comprensión inmediata. Teje lentamente su propio imaginario: amorfo, versátil, sutil, por momentos somnífero. Es un trabajo que pide otra temporalidad, otro ritmo. Uno más cercano al de la naturaleza que al de la cultura del consumo inmediato. Las imágenes que construye emergen con una delicadeza casi imperceptible. Hay una minuciosidad constante, un devenir sutil que se asemeja al paso del tiempo mismo. Los cuerpos en escena parecen estar a merced de la desaparición, y a la vez en una entrega constante por volver a aparecer. En esa tensión entre presencia y ausencia se juega gran parte de la potencia de la obra. La iluminación cumple un rol que no sabría definir, acompaña, produce sentido. Las sombras, los destellos, las penumbras configuran un paisaje sensorial en el que la danza se transforma en un complejo cuadro energético. La escena se vuelve por momentos un útero, una cueva, una galaxia. Todo es oscuro y brillante a la vez: denso, etéreo, suspendido. Pero también, roza la facilidad por abandonar lo que sucede. Este no es un trabajo que ofrezca conclusiones. No busca eso. Y probablemente ahí radique parte de su existencia. Se apoya en una exploración profunda de cuerpos que no buscan ser decodificados. Cuerpos que se desarman, se repliegan, se transforman. No hay certezas, ni estructuras fijas dentro de la composición. Hay búsqueda. Hay escucha. Hay presencia. No es una obra para cualquiera. No es entretenimiento. No pretende ser siempre igual. exige una predisposición activa del espectador: estar ahí con atención plena, sostener la mirada, abrirse a una narrativa que se construye desde el cuerpo, con el cuerpo y hacia el cuerpo. Las fotografías que se esculpen en escena tanto individuales como en conjunto promueven una pregunta constante sobre el origen de lo que se ve ¿de dónde nace este movimiento? ¿qué historia trae ese gesto? ¿cuánto silencio habita en ese instante? El goce de este tipo de obras está en entregarse a lo que sucede sin necesidad de explicarlo todo. En aceptar que hay una comprensión que es intelectual, sí, pero también y sobre todo corporal/sensorial. Ana y les interpretes construyen un espacio poético que, sin necesidad de decir, dice. Que sin necesidad de explicar, comunica. Oscuro Brillante es una experiencia de contemplación activa, una obra que habita con fuerza y sin apuro los pliegues del tiempo, de la imagen y del cuerpo.
domingo, 8 de junio de 2025
La Oso de Mariela Alejandra y dirección de Jada Sirkin en El poncho teatro
Fui a ver La oso sabiendo que era el resultado de una búsqueda personal. Una forma de reencuentro con su hermana, víctima de femicidio en 1995, cuando esta figura ni siquiera existía en términos legales. Sabía que lo que estaba por presenciar era más que una obra: era un homenaje. Pero no uno superficial, ni ilustrativo. La oso es un homenaje real, un acto político, vital, sostenido por una única verdad incuestionable: las verdaderas ganas de salir adelante.
Lejos del golpe bajo, más allá del enojo inevitable que la narración provoca, aparece ella: la hermana, la hija, la vecina, la chica de barrio... y todas las ellas que representa. Las vivas en cuerpo, pero también las que viven en alma, en memoria, en lucha.
La obra es una invitación irrenunciable a la reflexión. A tomar conciencia del poder y la responsabilidad que tenemos como sociedad para transformar las violencias cotidianas. Pero también es una afirmación de poderío escénico: hay belleza en el dolor, no porque se lo endulce, sino porque se lo transforma en arte, en acto, en amor, en resiliencia.
Es difícil imaginar el proceso detrás de esta obra, pero tampoco hace falta: lo que se ve en escena nos cuenta, con fuerza, el enorme trabajo de Mariela y su equipo. La decisión de contextualizar con cierta liviandad, sin perder profundidad ni detalles, es tan acertada como necesaria. Entienden que para asimilar y digerir una denuncia tan cruda, se necesita cuidado. Para ella, y también para el público.
El recorrido está salpicado de humor, de humanidad, y de toneladas de realidad. Una realidad bien muy ilustrada y muy bien contada. Monte Chingolo aunque quizás muchos no sepan dónde queda, o lo piensen como “ahí nomás” logra conviertirse en metáfora: Monte Chingolo es, tristemente, cada hogar donde algo similar podría pasar. Donde aún pasa.
Fui a la quinta función. Una que se agregó despues de su primer temporada. Al final, hubo una charla abierta con el público. Inocentemente pensé que sería una conversación más. Pero allí, en las butacas a mi alrededor estaban familiares, amigas, compañeras de otras víctimas de femicidios. Y en sus ojos vi una luz. Una certeza. Esta obra no es solamente un hecho artístico. Es un acto de amor. Es un acto político que viene a decirnos: todavía hay mucho por hacer.
Mariela recrea su historia con fotos, ropa, videos, junto a su madre y su hermana. No hay palabras suficientes para describir la valentía con la que se para en escena.
La oso es una obra profundamente política.
Un recordatorio.
Un llamado.
Un pedazo de humanidad que se hace valer por encima del dolor y el enojo.
Gracias, gracias, gracias.
viernes, 6 de junio de 2025
El Mundo es más fuerte que yo de la compañía La mujer mutante en Ciudad Cultural Konex
Hacía tiempo que quería ver esta obra. Y con ese deseo se fue acumulando también una expectativa que, como suele pasarme, cuesta gestionar cuando lo que aparece no la satisface... pero esta vez no fue así. Esta vez, la experiencia fue un lujo que agradezco haberme podido dar.
Lo que se vive en escena ¿o fuera de ella? es una ficción, sí, pero también una no-ficción cargada de realidad densa, incómoda, urgente. Atesorar hoy una experiencia como esta, tan honesta en su propuesta como filosa en su ejecución, es algo excepcional.
Los textos afilados, precisos, específicos oscilan entre el goce, la rabia y la lucidez de quienes no solo creen en el arte, sino que lo exponen con crudeza, belleza y contradicción. El compromiso interpretativo es feroz. En especial el de ella: la actriz, la mujer, el monstruo, la frígida, la diabólica. Su entrega es una presencia tan inquietante como hipnótica. La asistente, en su rol aparentemente lateral, se vuelve un pilar central: protege, sostiene, ayuda, interpela. Trae un color necesario para ubicar la ficción en relación con la realidad más brutal, la de exponer también una necesidad de coach constante para todo. Pero en tal caso, hay un dispositivo que se revela y la asistencia es más que eso. Es una presencia ambigua en el buen sentido de estar por propio peso y estar por ser fundamental en el rol. Ella que se vuelve una danza terremoto y toma el control de la obra.
La dirección es una presencia casi invisible pero omnipotente: silenciosa, astuta, voraz, íntima. Está en todos lados. Mañosa y obsesiva como quien conoce los materiales que tiene entre manos para trabajar. Y luego está él, el músico, que más que acompañar, encarna una segunda capa escénica. Es ruido, es estética, es cuerpo, es testigo. Como la ficción que se representa: viva, hiriente, perturbadora.
La obra deja una sensación intensa: la de haber estado adentro de algo que probablemente no sepamos bien qué es y ni siquiera quienes lo hacen, pero que nos traspasa. Se parte de un hecho trágico, pero el espectáculo no busca el golpe bajo. No conmueve desde el dolor explícito, sino desde el hallazgo. Desde una especie de eureka teatral que atenta contra los mandatos de lo que “debe ser” una obra.
Todo está quirúrgicamente sostenido en una puesta sin pretensión, sin artificio material, pero hilvanada con la materia más poderosa que existe en escena: la presencia. Lo que está no es más que lo justo y lo necesario.
Mi única pena es haberla visto recién ahora, tantos años después de su creación.
La obra trabaja, además, con una pregunta potente quizás un poco trillada hoy, pero profundamente vanguardista cuando se estrenó:
¿Qué nos diferencia, en definitiva, a actores y actrices de quienes no lo son, si todo puede ser escena?
¿Y qué necesita realmente una escena para serlo? ¿Debe algo ser visto para ser considerado teatro? ¿Y si se muestra todo, es aún más teatro, o deja de serlo?
La dimensión simbólica y retórica que construye este trabajo es admirable. Y en mi caso, tuvo un complemento hermoso: leí el libro de esta obra días antes de verla (no sé cuál fue primero, si el texto o la puesta, y casi no importa). Lo cierto es que esa lectura potenció lo escénico, y lo escénico resignificó lo leído.
"El mundo es más fuerte que yo" es una obra que tensiona todo lo que damos por sentado. Y esa incomodidad, para mí, es uno de los mayores actos de amor que puede ofrecer la escena teatral o de la vida.
lunes, 2 de junio de 2025
La Ceremonia de y con Tomi Soko en Café Artigas
Vi esta obra muchas veces. En estos diez años, fui testigo de su existencia mutante. La vi nacer, cruda, vomitada desde un lugar de urgencia existencial que fue (a mi entender) su verdadera raíz. Y la volví a ver, una y otra vez, cambiando de forma, adaptándose, sobreviviendo. Porque sí: esta obra decidió seguir existiendo.
Y yo quiero que se vea. Quiero que se vea porque algo de su lenguaje, de su entrega, de sus ganas permanentes, sigue descolocando como adefesio del circo, como adefesio del teatro, o como obra en sí misma. Porque creo sinceramente que es un material adelantado a su tiempo.
Admiro profundamente a Tomi: como ideólogo, como intérprete, como cuerpo en escena. Hay en su hacer una entrega absoluta, un estar al servicio de algo que lo desborda y que, sin embargo, siempre elige defender. Ese no sé qué que lo deja a merced de sí mismo frente al público. No es poco. De hecho, es un montón. Un hermoso montón.
Como colega, como amigo, a veces es difícil ser imparcial. Y, en este caso, ni siquiera lo intento.
Quiero destacar la identidad política de esta obra: ese núcleo incómodo que nos empuja a pensar sobre la posición frente a una idea propia o impuesta.sobre quién la sostiene, qué hace con ella, y cómo se desvive por perpetuarla.
También me interesa señalar que, tras verla tantas veces, noté un viraje: el mensaje no ha cambiado, pero el medio sí. La obra parece haber tomado un tinte más entretenido, más funcional quizás, lo que me deja pensando si, en ese camino, no se ha diluido un poco el punto de emergencia que motivó su creación.
Aun así o quizás por eso, la corporalidad y las escenas siguen siendo un canal potente: comunican desde la palabra y desde el cuerpo, en coherencia con una temática central que es la del fracaso del poder, y su decadencia al intentar sostenerse.
Y a pesar de que esta obra ya tiene su tiempo, sigue siendo más actual y necesaria que nunca. Porque hay algo profundamente valioso en ese trabajo de derrumbar las ideas a fuerza de exprimirlas, de llevar al límite la necesidad de "vender" un posicionamiento frente a algo, o de parodiar la reproducción de una idea a cualquier costo.
Hoy, esta obra es tanto un reflejo de la sociedad como del camino transcurrido en ella.
Esta obra sigue dando pelea. Y eso, hoy, es mucho.
Ruin de Agustín Soler en El Galpón de Guevara
Ruin es una obra de acabado particular, con una puesta visualmente bella que permite que su código corporal se despliegue con plenitud. Lo que no se dice con palabras se aclara desde la iluminación, desde el gesto, desde la escena. La luz y sus juegos están milimétricamente ajustados a la narración, reforzando la atmósfera poética y nostálgica que atraviesa toda la propuesta.
La obra es, en esencia, un viaje tierno, cargado de melancolía, con momentos que conmueven por su simpleza y su humanidad. Los personajes están trabajados con una precisión sutil, diseñados para habitar este recorte de tiempo como si fueran fotografías vivas: imágenes risueñas, amables, sin perder nunca la tristeza ni el heroísmo que implica soltar.
Sin embargo, la obra no termina de ubicarse claramente dentro del circuito del teatro para adultos, pero tampoco se define como teatro para niñeces. Este híbrido, al menos desde mi experiencia, diluye por momentos la atmósfera nostálgica en favor de una búsqueda de humor que me parece un tanto predecible. Esto no anula la efectividad del código, pero sí genera un desbalance emocional que quizás le quita fuerza a la profundidad del tono que propone.
En lo corporal, el trabajo es muy fino en los tres cuerpos: cada gesto está observado con lupa y bien administrado, dejando en evidencia la enorme información que el cuerpo puede ofrecer en cada relato. El simbolismo visual y la construcción fotográfica de cada escena mantienen a la obra siempre bien enmarcada, sostenida, sin escaparse de lo que tiene para decir.
En lo personal, siento que el acabado final se puede centrar e ir aún más en la tristeza, en la nostalgia, en esa zona tan humana donde hay que soltar un recuerdo, un anhelo o una experiencia.
Porque ahí, siento, se acentuaría donde la obra más se luce.
domingo, 1 de junio de 2025
Como puedo desear tanto esto de y con Miguel Valdivieso en Area 623
Este grito es auténtico, es una necesidad suya en primer y segundo lugar. Un grito difícil de juzgar. Hay en él tanto desconocimiento sobre el propio acto como capacidad de resolverlo todo. Indudablemente hay muchas ganas, y capacidad de sobra.
Miguel sabe lo que le falta para cumplir con sus deseos máximos explícitos en la obra, pero también demuestra que, incluso con esas ausencias, tiene el don de sortearlas hábilmente. No las usa como excusa ni las convierte en limitantes sencillamente las posterga (intuyo sabe que tendrá su momento). Su honestidad es audaz y clara como su versatilidad y disponibilidad corporal.
Su autocrítica no es solo suya, y eso no parece importarle sabe lo que piensan de su trabajo sus mentores y admirados. Hay algo acá que es tentador: una parte de uno quiere alentarlo a seguir y perseguir su intuición, otra quiere cuestionar esa soberbia por destacar y que se ponga a administrar su material. Ambas cosas son posibles y necesarias, y quizás inevitables. Porque lo que queda claro es que hay un recorrido obstinado y una tenacidad que parece portar desde siempre, desde que desea tanto algo.
La obra tiene pizcas de un posicionamiento muy claro frente al mundo, dos cucharadas demás de creer que con eso alcanza, y un tonel de trabajo encima que lo pone literalmente entre la danza y la pared.
Dramatúrgicamente es una obra que no posee particular personalidad. Pone todo lo que tiene en función de lo que espera que sea su mayor deseo. Entiendo que, en este caso, menos, es más. Pero también es cierto que, desde afuera, desde la butaca, no se puede hacer más que acompañar esta maduración que está en camino y volver a esperarle atento a su próximo trabajo. Acompañarla como quien elige ver un cuerpo vivo en medio del caos, antes que un regalo perfectamente envuelto cuyo contenido es puro relleno de tanto espacio.
Ciclo Divergente en Aluperan Espacio de Arte
El Ciclo Divergente es, a mi entender, un hallazgo, una necesidad del ambiente. Quizá solo dentro del universo escénico del circo, y que tan seguido se estanca en lo conocido. Su propuesta, en apariencia sencilla, tensiona a los bordes del formato varieté quitando el roll estructural de alguien que explica o transita los sucesos. Y eso, para quienes frecuentamos hoy o alguna vez ese código, es un sacudón necesario artísticamente.
No se trata simplemente de "mostrar otra cosa", sino de entender el espacio escénico como un lugar de enfrentamiento y de posibilidad. La Divergente se planta. Elige divergir, emerger, multiplicarse. No para oponerse a lo anterior, sino para no quedar capturada por la repetición automática y sistemática de un formato un tanto obsoleto. Y en esa intención hay una ética escénica que se siente y se agradece.
Tuve la oportunidad de presenciar el formato anterior, Delirio. Y si bien prefiero no detenerme en ese proceso particular, sí me parece importante remarcar que el ciclo como concepto merece ser apoyado. Porque es una forma de poner el cuerpo frente a otres, a quienes miran, y sobre todo frente a uno mismo, para hacerse cargo de lo que se dice, de cómo se dice y desde dónde, pero por, sobre todo, lo que uno siente que necesita hacer
Aluperan es, por derecho propio, cuna de intentos interesantes, por romper con lo habitual. Se nota en cada propuesta que acompaña, pero se profundiza en esta (y no por devaluar otras sino por entender que es una marca registrada): La Divergente no es una conclusión, no viene a cerrar nada. Es una manifestación, un punto de fuga, una búsqueda. Y también una necesidad imperiosa de señalar que el valor de lo colectivo no está en lo espectacular, sino en lo genuino de crear entre muchos, aun desde lo individual, porque este se nutre su propia colectividad
Mi aporte desde donde nadie lo pidió, que pongo a disposición desde el deseo de que esto crezca, es que el ciclo debería prestar más atención a cómo aborda lo que quiere contar. No es que no alcance con la temática: pero definir una poética, un modelo, una forma que acompañe desde donde expandir la temática que se elija ¿Qué dramaturgias acompañan la divergencia?
Aun así, el gesto está, y es fuerte, crear es resistir. Y este ciclo, con sus aciertos y sus bordes aún por limar, resiste creando, proponiendo y eso hoy es mucho más que fundamental.
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